El siguiente artículo, escrito por Eduardo Bustelo, representante del Foro Parlamentario por la Infancia, caracteriza los rasgos específicos y diferentes de la infancia.
La infancia es una construcción social e histórica que registra en la cultura la relación entre los adultos y los niños, niñas y adolescentes (NNA). La infancia no es una transición, una fase, un período de la vida, sino una instancia permanente en la que pueden identificarse rasgos específicos y diferentes como un grupo social.
En una cultura adultocéntrica, la infancia es colocada en una relación subordinada, minorizada y dependiente. La infancia es considerada como un momento de inmadurez e incompletud que hay que “abandonar” para llegar a ser adulto. NNA no son vistos por lo que son sino por lo que van a llegar a ser. Ese espacio entre el ser y el llegar a ser, abre un hiato que autoriza a los adultos a “formar” a NNA. No se podría determinar si la construcción adulta es tan “ejemplar” como para justificar la imposición de un orden socialmente legítimo. Sin embargo, el “orden” sucesorio impuesto en los procesos de socialización, indica que NNA deben ser los “herederos” acríticos de mundo de los adultos.
Como grupo social e histórico y como categoría discursiva, la infancia no es entonces ajena al conjunto de las relaciones sociales, particularmente a las relaciones de poder. NNA son objeto de dominación, de apropiación, de manipulación y sobretodo de disciplinamiento. La relación mando-obediencia incluso en su dimensión más edulcorada, marca la supremacía –incuestionada y frecuentemente cruenta- del superior sobre el “inferior”. Surge una asimetría, tal vez la asimetría más “naturalizada” de todas las relaciones sociales aunque, moralmente muy difícil de justificar.
La relación humano/inhumano, corre paralelamente la de infancia-adulto. El niño seria lo “inhumano” como anterior a lo humano puesto que es anterior al lenguaje. De acuerdo al “saber” adultocéntrico, cuando la infancia es abolida o abandonada allí aparecería lo humano. Gracias al lenguaje, el hombre adquiere como una segunda naturaleza que lo hace apto para vivir una vida en común. Pero tal vez la humanidad consistiría en su inverso. Porque es precisamente la cultura adulta la que genera y transporta la negatividad del mundo. Es en la adultez en donde se frecuentemente se asocian lo “humano” y lo feroz. Entonces, volver a la infancia consiste precisamente en regresar a la humanidad.
Definir en la cultura la infancia como “minoridad” como eufemismo de incapacidad, es un acto de soberbia y de violencia lo que representa el poder opresivo de los adultos. La infancia como grupo social y categoría discursiva puede ser pensada lejos de la minoridad como sinónimo de inferioridad, debilidad o inmadurez. La infancia se identifica con el inicio y el comienzo cuya originalidad consiste en comenzar superando la ya comenzado. La infancia es la diacronía que marca la posibilidad de una discontinuidad creadora. Es el nacimiento de lo nuevo y una apertura que anuncia un mundo a ser transformado. Somos nacidos cada vez que nos damos cuenta que el mundo puede nacer nuevamente y ser “otro” mundo. La infancia son los que nacen sin hablar y por lo tanto, están fuera de un mundo ya hablado, “conversado” y escrito. Entonces, un proceso emancipatorio consistiría no en el abandono de la infancia sino en el regreso a la misma esto es, a la indeterminación inicial del hombre de la que nació y continúa naciendo. Allí habita la libertad, de allí emerge lo posible.
Eduardo Bustelo Graffigna
Presidente del Comité Científico
V Congreso Mundial por los Derechos de la Infancia y la Adolescencia
15 al 19 de Octubre en San Juan, Argentina.